Un absceso aparece cuando el sistema inmunitario quiere
combatir la infección en un área del tejido. Los glóbulos blancos se mueven por
las paredes de los vasos hasta llegar al área de infección y se almacenan en el
interior del tejido dañado. De esta manera se forma una cavidad llena de pus,
que es un conjunto de bacterias, glóbulos blancos vivos y muertos, líquidos,
tejido muerto y otras sustancias extrañas. Este pus causa inflamación e
hinchazón de la zona, provocando dolor.
Los niños son propensos a tener abscesos porque es menos
probable que se limpien bien y se cuiden los cortes y otras heridas. Cuando se
inicia una infección, la zona que está alrededor del absceso está roja, caliente
y pueden supurar líquido. Con el tiempo se reblandece y si esto no se trata, el
pus sale al exterior o interior a través de una fístula. Los lugares más
comunes son la piel, área subcutánea y dientes. Los abscesos pueden estar
causados por bacterias, parásitos o sustancias extrañas que quedan en el interior de una herida. Los abscesos en
la superficie de la piel pueden parecer una herida no curada o un grano. En el
área subcutánea se asemeja a un bulto inflamado, produciendo dolor y
sensibilidad en el lugar afectado. En los casos más graves, la infección puede
provocar fiebre y escalofríos.
El tratamiento puede ser muy variable. Normalmente un
absceso se trata con un antibiótico, aunque si es simple no es necesario. En
los casos más graves se necesitaría una intervención quirúrgica. Los abscesos
en la piel son visibles y se evita tocarlos, presionarlos o apretarlos para que
la infección no se propague a otras partes del cuerpo. Los que se encuentran en
otras áreas pueden estar ocultos y dañar tejidos y órganos.
Para prevenir la aparición de abscesos se aconseja una muy
buena higiene para evitar las infecciones. Se debe mantener las heridas
limpias, secas y cubiertas para protegerlas de gérmenes.
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